24 noviembre 2013

¿Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo?

Apuntes para la militancia sindical antipatriarcal

Queremos introducir un debate, aportar elementos para nuestra militancia cotidiana en los lugares de trabajo. Queremos que nuestras luchas sean antipatriarcales, apuntamos a un clasismo anticapitalista con perspectiva de género, a un feminismo clasista y socialista. Estos apuntes intentan aportar elementos para comprender las razones de la desigualdad, con el fin de generar herramientas para combatir las expresiones del patriarcado en los lugares de trabajo y en las organizaciones sindicales.





Explotadas x 2
En principio, difícilmente se pueda mirar el panorama de la clase trabajadora sin caer en la cuenta que las diferencias entre géneros siguen golpeando duramente sobre las condiciones laborales principalmente de las mujeres y de todos aquellos que no caen en la definición hegemónica de varón heterosexual (niñas/os, gays, travestis, transexuales, bisexuales, etc).

Un informe del Centro de Estudios Mujeres y Trabajo de la Argentina (Cemyt), arroja algunos datos que son útiles para entender cómo se desarrolla el proceso por el cual las mujeres terminamos cobrando salarios menores que los hombres por el mismo trabajo señalando que la diferencia radica "en las horas de trabajo disponible" con las que cada uno/a cuenta. Por ejemplo, en el caso de lo/as trabajadore/as registrado/as las mujeres trabajan un 22% menos horas que los varones y en el caso de lo/as no registrado/as trabajan un 36% menos.
Esto está vinculado a un problema que se supone pertenece al "ámbito privado de la vida familiar", pero que como se ve, es estructural en la construcción de las relaciones sociales que se manifiestan en la opresión de los hombres hacia las mujeres y se traslada a todo ámbito de la vida. Justamente las mujeres resignamos calidad de empleo y salario porque históricamente se nos construye como las garantes del trabajo doméstico, razón por la cual somos doblemente explotadas. Es decir, nuestra inserción en el mercado de trabajo, que en los últimos años creció notablemente, no fue a la par que la inserción de los varones en el trabajo "de la casa" y el cuidado de lo/as hijo/as: fue a costa de nuestra doble explotación. 
Además, la participación de las mujeres en el mercado laboral disminuye a medida que aumenta la cantidad de hijos/as, mientras que, por el contrario, en el caso de los varones aumenta.

Las obligaciones que poseemos las mujeres en el ámbito doméstico permiten a los hombres gozar de la máxima disponibilidad laboral, en la confianza de que siempre habrá mujeres en posición de subordinación social y familiar y que esto no es una elección, sino producto de la configuración patriarcal de las relaciones entre varones y mujeres, como una de las formas de relación económica de dominación en beneficio del capital.

Es necesario tomar conciencia de que las mujeres trabajadoras en tanto colectivo social, en general realizamos una doble actividad laboral, dentro y fuera de la casa, o si se quiere, dentro y fuera de nuestro lugar de trabajo. Y al hacerlo, además de duplicar nuestro trabajo, somos doblemente explotadas por el capital. ¿Por qué? Porque a la par que trabajamos en el ámbito de la producción o los servicios, también destinamos horas al cuidado de otro/as y al trabajo doméstico. 
De esta manera, esa esfera del trabajo no directamente mercantil que es el doméstico, permite la reproducción del capital, generando las condiciones indispensables para la reproducción de la fuerza de trabajo de los maridos, hijo/as y la nuestra propia. Cuando hablamos de reproducción de la fuerza de trabajo nos referimos a las diversas tareas que implican la alimentación, el aseo, la enseñanza de pautas de conducta y valores, entre otras.

Cuidando la familia, cuidando la casa, cuidando al patrón
A su vez, nuestra inserción en el mercado de trabajo se da mayoritariamente en tareas part-time, precarizadas y desreguladas. 
¿Por qué en general a las mujeres se nos asignan trabajos precarios? Podríamos esbozar dos explicaciones, que tienen ambas una raíz común: el rol femenino en la esfera doméstica.
Por un lado, las mujeres estamos socialmente condicionadas a dividir nuestro tiempo entre la esfera productiva (en el lugar de trabajo) y la esfera reproductiva (en el hogar) dónde nos encargamos de las tareas domésticas, del cuidado de los hijos y de otros familiares. 
En las empresas que tercearizan trabajos, tales como limpieza, cocina, etc, podemos ver que la mayoría de sus trabajadore/as son mujeres, cumpliendo roles “domésticos” trasladados a la esfera de la producción. Con la misma óptica se pueden analizar los demás sectores donde la producción se encuentra más feminizada: educación, sanidad, comercio, hostelería, textil-confección y agroalimentario. 
La división del trabajo basado en el sexo, es una racionalización ideológica que define ciertos aspectos de cada sexo. La definición de estas peculiaridades es cultural, y por lo tanto la división del trabajo sexual se basa en esa noción  del sexo culturalmente definido. Estamos ante la construcción de un círculo vicioso de la división sexual que va a de lo cultural a lo productivo.
La división sexual del trabajo no se explica de forma unilateral, ni por necesidades objetivas del propio proceso de producción ni por las constricciones biológicas que la reproducción lleva consigo, sino en la necesidad socialmente construida del control de la reproducción por parte de los varones. Esto se articula mediante prohibiciones, normas sociales y culturales controladas por los varones.
La lucha contra la discriminación de la mujer en el ámbito laboral y contra las prácticas que pretenden reproducir desigualdades sociales en función del sexo requiere una profunda y compleja articulación con la conciencia de clase.

¿Y el salario?
"La brecha salarial es mayor cuanto menos capacitación tiene la mujer. Entre quienes poseen estudios secundarios incompletos, las mujeres tienen un salario promedio mensual de un 47 por ciento menor que el de los varones. En el caso de las que tienen el secundario completo es del 32 por ciento, mientras que entre las que han alcanzado el nivel universitario es del 29 por ciento. Las  mujeres trabajan fuera del hogar menos horas que los varones, dado que están limitadas por la carga de las tareas domésticas. Al mismo tiempo, los varones se insertan mayoritariamente en  sectores  donde los salarios son más elevados y con mayor grado de formalización, mientras que las mujeres lo hacen en  sectores donde los salarios son menores y es mayor la precarización laboral.
Tomemos como ejemplo de comparación el salario promedio de la construcción y el salario promedio del servicio doméstico. En la construcción, se insertan el 12 por ciento de los varones siendo el sector donde el 97 por ciento de los empleados son hombres. El servicio doméstico representa al 20 por ciento de las mujeres asalariadas y allí el 98 por ciento de las ocupadas son mujeres. El salario promedio de un trabajador de la construcción es de  2492 pesos mientras que de una empleada doméstica es de 1017 pesos. El salario por hora que perciben los varones en la construcción es de 13,1 pesos mientras que el de las mujeres es de 9,5 pesos. En la construcción los varones tienen una jornada de 43,8 horas semanales y en el servicio doméstico las mujeres trabajan un promedio de 24 horas semanales. 
En el sector enseñanza, que es un sector altamente feminizado, hay un 76 por ciento de mujeres y un 24 por ciento de varones. En este ámbito las mujeres ganan menos que los varones: la brecha en el salario mensual promedio percibido por unos y por otras es del 22 por ciento. Esa brecha, si bien en menores proporciones, también se evidencia cuando se observa el salario horario, donde las mujeres ganan un 6 por ciento menos que los varones." (1)

(1) "Radiografía de la desigualdad" Página 12  03/03/13

¿Y en los sindicatos como andamos?
Los cambios en el modelo de acumulación del capital, su impacto en las condiciones de trabajo de la clase trabajadora y las luchas de nuestro pueblo y especialmente de las mujeres dieron lugar a la incorporación de  reivindicaciones tales como por ejemplo el cupo femenino.
Hay una preocupación creciente por temas relacionados con la mujer y en particular con la participación sindical femenina. Se han incorporado referencias a problemas específicos de las mujeres trabajadoras y propuestas feministas de mejora. Sin embargo, estos avances son limitados porque no son necesariamente antipatriarcales, pero además porque la realidad, en términos generales, demuestra que la participación de las mujeres en las organizaciones gremiales es mucho menor que la de los varones.
Esta desigual participación femenina se acentúa en los puestos de mayor responsabilidad y que, por lo tanto, otorgan mayor capacidad de influir en la toma de decisiones, es decir, por regla general, las mujeres tenemos un desigual acceso a los espacios de poder en este tipo de organizaciones. Hay una masculinización de los sindicatos: la mayor parte de sus referentes, directivos, juntas internas son varones, incluso en las ramas altamente feminizadas como docencia y salud. 
La lucha contra la reproducción de relaciones de privilegio en razón del sexo, no son sólo un desafío en relación a las condiciones de trabajo sino al interior mismo de nuestra militancia sindical clasista y nuestras propias organizaciones. El desafío de construir un movimiento sindical clasista antipatriarcal es la búsqueda de organizar las relaciones prefigurativas de la sociedad que queremos en la lucha cotidiana contra el capital, buscando eliminar la reproducción de las jerarquías y desigualdades sociales en el seno de las organizaciones de la clase. Las mujeres tenemos que construirnos en sujetos de política, rompiendo con el lugar tradicional que se nos sujeta a lo privado. 

Una tarea fundamental es la democratización de los espacios y organizaciones sindicales apuntando a que las mujeres ocupemos los espacios de participación, y que incidamos con nuestra presencia y nuestras demandas, por ejemplo, en las instancias de negociación de nuestros convenios. La experiencia de los movimientos territoriales tienen mucho para aportar en este sentido.

La lucha por la democratización de los sindicatos, entonces, debe contemplar necesariamente la pelea por no reproducir las relaciones patriarcales. Por esta razón, se vuelve indispensable que las organizaciones gremiales desarrollen mecanismos que permitan dar respuesta a esta situación. Por ejemplo, mediante su visibilización y cuestionamiento, por un lado, pero también, al momento de las asambleas, medidas de fuerza o incluso las reuniones mismas, intentar resolver desde la organización colectiva cuestiones vinculadas al “cuidado de los hijos”, que suele ser una de las principales trabas para la participación de mujeres en todo tipo de ámbito. 
Esto no significa igualmente que la organización gremial en si misma pueda resolver el problema, pero en tanto se va desarrollando la lucha a nivel general contra las relaciones patriarcales, se vuelve tarea fundamental garantizar la posibilidad de que mayor cantidad de compañeras podamos participar de los espacios de organización sindical.

LA BRECHA SINDICAL
Noviembre de 2013

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